Por: Lic Gabriel Giacobone
Los seres humanos estamos acostumbrados a definir cosas que nos gustan o disgustan según lo que vemos: un remedio que “parece malo”, una plaza con el pasto largo y sin el “mantenimiento adecuado”, o los chicos que descartan la comida porque “no les gusta” sin probar bocado. Cuántos destinos turísticos hemos aceptado por “lindos” y luego nos dábamos cuenta que nos habían vendido otra ilusión visual, pero ¿por qué es así?
Veamos nuestras bases biológicas y/o paleontológicas: en los primates (lémures, tarseros, monos y humanos) incluso nuestros ancestros africanos, el sentido de la vista es el más desarrollado y cuando un sentido se desarrolla va en detrimento de los otros irremediablemente.
En nuestro caso, y a un chimpancés u orangután le sucede algo parecido, lo que vemos en nuestro medio es lo que primeramente definimos como: alto o bajo, lindo o feo, peligroso o pacífico. Primero vemos y luego usamos alguno de los otros sentidos para corroborar, pero no es así en una gran parte de animales.
Por ejemplo, el grupo más difundido y quizás de los más exitosos en cuanto a su representación en todos los ambientes, es el de los artrópodos. Dentro de este grupo diverso tenemos a las arañas que tienen un sentido del tacto impresionante, capaces de sentir las pequeñas vibraciones en la tela y diferenciar la lluvia, del viento y una presa.
Otro gran grupo es el de los insectos, que me atrevería a decir que son los grandes artífices de nuestra naturaleza en los continentes. Ellos pueden desfoliar árboles enteros en unas horas, comer la madera esté viva o muerta, polinizar flores dando la posibilidad que se desarrollen los frutos con sus semillas, reciclar nutrientes mientras pueden airear los suelos y miles de actividades a diario. Los insectos, a pesar de que muchos tienen unos ojos grandes como las moscas, mariposas o las abejas, no son tan buenos reconociendo los objetos por la vista, pero el olfato sí que es su sentido preferido. Pueden oler tanto flores como fruta podrida a grandes distancias dependiendo de la especie y su interés.
Los casos más resonantes están en los cadáveres. Un animal muere y en pocas horas es descubierto por infinidad de predadores que harán su trabajo. Escarabajos y moscas no sólo tendrán un alimento para ellas sino también para sus crías.
Pero cómo algo tan “asqueroso” puede ser bueno. Gracias a los insectos tenemos mayor velocidad de descomposición de materia orgánica. Imagínense un árbol grande que cae en el Amazonas, en apenas un par de años es degradado casi por completo, si no fuera por los insectos quedaría décadas casi sin tocar. No podemos dejarle todo a los hongos y las bacterias.
Los insectos son muy buenos sabuesos y “las plantas lo saben”, por lo que éstas han desplegado estrategias de atracción de las más diversas. A pesar de los colores que vemos en muchas flores, en realidad la mayor atracción o la primera y más lejana, es por medio del olfato. Cuando están cerca, los colores y formas sólo orientan hasta los preciados trofeos: néctar y polen. Mucho se habla de las abejas, en particular de la especie Apis melífera y su gran trabajo en la polinización con todo lo que conlleva, y es cierto que lo hacen, pero también hay varios millones de polinizadores extremadamente especializados que hacen muchísimo más por nuestras plantas, solo que tienen menor marketing pero eso es para otro post.
Los incentivo a que cerremos los ojos más seguido y prestemos más atención a nuestro alrededor, van a poder apreciar la Naturaleza desde otras perspectivas y respetar más a los pequeños colaboradores. Su trabajo diario que hace nuestro mundo sea mejor.